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Ángeles sin alas

 




Dicen que los ángeles viven en el cielo, pero algunos caminan entre nosotros sin que nadie los note. No llevan túnicas blancas ni tienen alas brillantes; se parecen más a un vecino, a un familiar, a un amigo inesperado… o a esa persona desconocida que, justo cuando sentimos que ya no podemos más, aparece para darnos la mano.

En mi vida, Dios me regaló de esos ángeles. No vuelan, pero siempre llegan a tiempo. No buscan aplausos ni recompensas, porque su corazón está puesto en servir. Algunos siguen la antigua enseñanza de que lo que hace la mano izquierda no lo sepa la derecha.

Uno de esos ángeles —cuyo nombre no mencionaré, porque sé que no lo querría— es de esos que no se detienen ni por el sol ni por la lluvia. No tiene redes sociales, no se preocupa por figurar en fotografías, no se distrae con un teléfono brillante. Solo se preocupa por ser útil, por tender la mano, por hacer el bien en silencio, mirando siempre hacia arriba, hacia Dios.

Yo no tengo cómo pagar tanta bondad. Solo me queda agradecer con todo el corazón y pedir bendiciones para esa vida que se entrega sin esperar nada a cambio. Gracias, porque tu ejemplo nos recuerda que todavía hay pureza en este mundo.

 

Dios te pague, Dios te multiplique, en esta vida pasajera y en la eternidad.


Imágenes de Cortesía Freepik


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