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“El último vástago"

 



 

 

“El hijo número catorce que nació en un día doblemente especial”

 
 
El 11 de junio de 1942, mientras el viejo Ignacio como llamaban a papá abuelo. Celebraba su cumpleaños, la familia Abad Vergara se preparaba sin saberlo para una ocasión aún más memorable. 

El día de su cumpleaños 11 de junio de 1942, su esposa Francelina le llegaron los dolores de parto y, buscaron al doctor Licho, renombrado médico partero; así llamaban a los profesionales ginecólogos. 

El doctor Licho, viendo que eran más de las 11 de la noche, le informó a las hijas mayores y al viejo  Ignacio, que habría que practicar una cesárea, allí mismo en la casa y, se dedicaron con las precauciones  reglamentarias, como el agua hervida, pañales, alcohol y, muchas otras prevenciones. 

Al fin pasadas las 12 de la noche, llegó el llanto de un hermoso varón y Fue entonces cuando el viejo Ignacio, dijo que a este vástago le pondré mi nombre, siempre evitó poner su nombre a sus hijos varones, decidió romper su promesa y bautizar al recién nacido como Juan Ignacio Abad Vergara, Los dos nombres y los dos apellidos, iguales.

Su decimocuarto hijo, pero el undécimo en vivir, pues tres habían fallecido por enfermedades de la época.
 

A este su décimo cuarto descendiente; ocuparía el puesto 11,debido a que ya habían muerto por enfermedades de la época 3 hijos, dos  varones y una hembra a quien habían llamado Soledad. De allí que la próxima niña al nacer la bautizaron con el nombre de Soledad Abdegunda en honor a una santa princesa de Alemania.

Soledad Abdegunda o Soledad Segunda dio origen a que hoy se le llame Gunda.

Desde pequeño, Nacho, fue creciendo, viendo a sus 10 hermanos mayores que él, todos embebidos en negocios al igual que el viejo Ignacio.

 —Nacho como lo apodaron cariñosamente mostró el espíritu emprendedor que corría por las venas de la familia. 

Desde los 9 años de edad, el joven Juan Ignacio, salía a vender artículos que traían unos parientes del entonces corregimiento del Roble.

 


Nacho a la edad de los 9 años, empezó a mostrar también su casta de comerciante; como sucedió una vez que le entregaron una cantidad de  huevos de gallinas para vender a 5 centavos, cuando para esa época se compraban a más de 7.50 centavos.  Nacho los ofrecía y vendió 3 unidades por 20 centavos, quedándole una visible ganancia.

A los 12 años, vendía paletas heladas llamadas “Polares”, 

Por las enseñanzas recibidas del viejo Ignacio, el joven fue guardando lo ganado por la venta de helados y, con esos ahorros le permitió comprar una bicicleta por su propia cuenta.

 

Para finales del año 1954, el viejo Ignacio y familia se trasladaron a  Barranquilla; Dos años después, Nacho sufrió la pérdida de su madre, Francelina para noviembre de 1956 muere en Barranquilla.

A pesar del dolor, su padre lo animó a continuar con sus estudios, y fue gracias al apoyo de los padres salesianos y su trabajo como monaguillo en la iglesia San Roque que pudo costearse la secundaria. 

Los sacerdotes lo entrenaron para ayudar misas en la iglesia San Roque, de la misma comunidad y al frente del colegio con el mismo nombre.

Con esa ayudantía en las misas pagaba las mensualidades del colegio. En esa forma el joven Nacho pagó sus estudios de secundaria, hasta el año de 1960 cuando recibió el grado de bachiller, un logro ganado a pulso y fe.

 

 

Durante sus vacaciones escolares, Nacho regresaba a su querido Corozal cuando el sol abrazaba con fuerza las calles del pueblo, el joven bachiller regresaba a su tierra natal con más sueños que dinero en el bolsillo. Era un muchacho trabajador, inquieto y observador, que no se dejaba vencer por las circunstancias.

Mientras otros descansaban, él se dedicaba a lavar carros en la gasolinera del pueblo, donde su hermano Filadelfo era administrador. Alternaba el trabajo con la venta de gas queroseno, un producto esencial en aquellos tiempos, y de esa forma reunía lo justo para sus gastos inmediatos. No había lujos, pero sí mucha dignidad. 

Ese joven era Nacho, un hijo del viejo Ignacio, quien, como muchos de su generación, entendía el valor del esfuerzo. Desde pequeño, observó a sus hermanos trabajar duro para forjar su destino.

Sus hermanos mayores eran ejemplo de trabajo: Ítalo el mayor de todos los hijos del viejo Ignacio, conducía un camión que traía quesos de la ciénaga, por los lados de San Benito. 

Ítalo tenía libre el producido, cuando iba a buscar los quesos y, eso le arreglaba sus ingresos. 

Filadelfo tenía su trabajo como administrador de la gasolinera. 

Rosa la hermana mayor, matrona de la familia Montero Abad, era muy ágil y experta comerciante, entregaba a crédito mercancías, obteniendo buenos dividendos, siendo así un verdadero soporte para los suyos. 

Roque era el encargado de la sección de electrodomésticos en el almacén de Carlos Pérez. Roque hacía 2 veces rifas al mes, aumentando las ventas y su ingreso extra.

Ángel el más humilde de todos, trabajaba en la gasolinera con su hermano Filadelfo. Ángel era el encargado de la venta del queroseno. Y a pesar de ser el más humilde, le dio trabajo a otro trabajador, ya que Tirso como lo llamaban le entregaba una cantidad de galones de gas queroseno al subcontratista, para que este en una carreta, vendiera a domicilio el queroseno y así todos ganaban: el propietario, Ángel por la comisión por mayor venta y el contratista, por el reajuste de precio a domicilio.

Impulsado por ese entorno trabajador, En Barranquilla, Nacho consiguió vincularse a la empresa (IFA) (Instituto de Fomento Algodonero) y, desde un principio en IFA, le solicitaron realizar un censo de las estaciones meteorológicas de la región. Así empezó por visitar aeropuertos y empresas agrícolas que utilizaran complementos para tal fin. Esto lo llevó a recorrer lugares como Montería, Cereté y Codazzi.

Posteriormente, fue enviado a la laguna de Fúquene, donde realizó estudios en meteorología climatológica, a la estación sismográfica,  en la isla de "El santuario "en la laguna de Fúquene, entre Cundinamarca y Boyacá.

Y entomología, ciencia que estudia los insectos. Terminó trabajando en la estación experimental Balboa, en Buga, Valle, en un laboratorio de primer nivel. 

Durante ese tiempo, Nacho demostró su capacidad de adaptación y aprendizaje continuo.

Después de su experiencia técnica, regresó a la costa y se dedicó al comercio. Pero su espíritu emprendedor no lo abandonó nunca.

Con apenas 21 años, compró un lote en Corozal, vendía joyas y relojes finos traídos desde Barranquilla, y con sus ganancias, compró una casa a través del Instituto de Crédito Territorial.

Simultáneamente, gestionó otra vivienda en Barranquilla mediante un préstamo hipotecario. Por una coincidencia divina 

—como él mismo diría—, ambas casas le fueron entregadas al mismo tiempo.

Para cerrar con broche de oro, ganó una cédula de capitalización por 65.000 pesos, con la que pagó la casa de Corozal y adquirió dos vehículos tipo campero para taxis rurales. Ampliando así su red de negocios.

Su éxito despertó envidias y críticas, sobre todo por sus viajes en helicópteros de fumigación cuando trabajaba con el algodón, pero nada logró opacar su espíritu emprendedor ni su ejemplo de lucha. 

Su fortaleza estaba en su trabajo, su familia y su fe en el progreso.

Así es Nacho, un hombre útil, generoso, luchador y emprendedor. La historia de su vida es la historia de quien no espera que la suerte llegue, sino que se la fabrica con esfuerzo diario. 

Su legado vive en su hija, sobrinos, familiares y amigos, quienes lo conocen, y quieren, como un ejemplo de que el verdadero éxito se construye con dignidad, trabajo honesto y la frente en alto.

 

 

Juan Ignacio Abad Vergara fue más que un comerciante o técnico agrícola; es un hombre hecho a sí mismo, ejemplo de trabajo, humildad y visión.


 

 

 

 

 



 







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