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Las Brujas de la Macarena

 


 

Cuando era pequeña, alrededor de seis o siete años, recuerdo que cada día, al llegar las cinco de la tarde, mi papá regresaba del trabajo. Después de descansar un poco, salíamos juntos a poner gasolina al auto.


En esos paseos, solíamos visitar a la familia, pero uno de mis recorridos favoritos era la visita a la casa de mi abuelo materno. Cada vez que llegábamos, yo salía con él a la tienda a comprar diabolines y una Kola, o también dábamos una vuelta a la manzana y subíamos al cerro de la Macarena o al de las Tres Cruces, un mirador de la ciudad.


Sin embargo, un día, mientras estábamos allí, el sol empezó a ocultarse y el cielo se tornó oscuro. Cuando quise subir al cerro, mi abuelito me detuvo y me dijo: “Ya no se puede, mi niña. A esta hora no es seguro subir”. Con voz grave, continuó: “Una vez llegada la noche, las brujas comienzan a reunirse allí. Cuentan que al llegar la medianoche, salen a volar por el pueblo, y algunas pueden transformarse en animales. La más famosa es una que se convierte en marrano”.


Mi curiosidad se disparó mientras escuchaba su relato, y él prosiguió: “Años atrás, alrededor de 1610, durante la época de la Inquisición, las brujas solían realizar sus reuniones en el mismo lugar donde hoy se construyó el aeropuerto de La Perla de la Sabana, que le llamamos ‘Las Brujas’. 


Desde entonces, cada vez que miraba hacia el cerro de la Macarena, una mezcla de miedo y emoción me invadía. 

Esa noche, mientras regresábamos a casa, apunté al oscuro horizonte y sonreí, sabiendo que en mi corazón llevaría siempre las historias de mi abuelo y el misterio de las brujas. 

 

Hoy en día no sé si estas leyendas siguen contándose, pero estoy segura de que las brujas continúan volando.

 

"En memoria de mi abuelo materno" José Hilario.

 

 


“El último vástago"

 



 

 

“El hijo número catorce que nació en un día doblemente especial”

 
 
El 11 de junio de 1942, mientras el viejo Ignacio como llamaban a papá abuelo. Celebraba su cumpleaños, la familia Abad Vergara se preparaba sin saberlo para una ocasión aún más memorable. 

El día de su cumpleaños 11 de junio de 1942, su esposa Francelina le llegaron los dolores de parto y, buscaron al doctor Licho, renombrado médico partero; así llamaban a los profesionales ginecólogos. 

El doctor Licho, viendo que eran más de las 11 de la noche, le informó a las hijas mayores y al viejo  Ignacio, que habría que practicar una cesárea, allí mismo en la casa y, se dedicaron con las precauciones  reglamentarias, como el agua hervida, pañales, alcohol y, muchas otras prevenciones. 

Al fin pasadas las 12 de la noche, llegó el llanto de un hermoso varón y Fue entonces cuando el viejo Ignacio, dijo que a este vástago le pondré mi nombre, siempre evitó poner su nombre a sus hijos varones, decidió romper su promesa y bautizar al recién nacido como Juan Ignacio Abad Vergara, Los dos nombres y los dos apellidos, iguales.

Su decimocuarto hijo, pero el undécimo en vivir, pues tres habían fallecido por enfermedades de la época.
 

A este su décimo cuarto descendiente; ocuparía el puesto 11,debido a que ya habían muerto por enfermedades de la época 3 hijos, dos  varones y una hembra a quien habían llamado Soledad. De allí que la próxima niña al nacer la bautizaron con el nombre de Soledad Abdegunda en honor a una santa princesa de Alemania.

Soledad Abdegunda o Soledad Segunda dio origen a que hoy se le llame Gunda.

Papá Abuelo



 

 

El viaje del papá abuelo 

 

En las cálidas tierras de San Benito Abad, donde los caminos se pierden entre el verde y el barro, vivía un hombre especial llamado papá abuelo. 

 

Él no solo era querido por todos, sino que también era un comerciante valiente y trabajador, que cada semana emprendía largos viajes acompañados de sus mulas. 

 

Papá abuelo tenía como destino un lugar llamado Cecilia, un rincón de la región donde se cultivaba el mejor arroz. Allí iba con paciencia y esperanza a comprar sacos llenos de granos que luego llevaría a su hogar para venderlos.

 

Pero su trabajo no se limitaba solo al arroz. También surtía  la tienda con la venta de pescado frito.

 

Con sumo cuidado, también traía láminas de zinc y otros materiales necesarios, que escogía en los puertos de Tolú, donde las embarcaciones llegaban cargadas de mercadería. 

 

Además, papá abuelo viajaba hasta el puerto de Magangué, un lugar bullicioso y lleno de color, para surtir la tienda de la familia que quedaba justo en la casa de Corozal donde nacieron tres de sus últimos doce hijos. Gunda, Cecilia y mi padre. 

 

La tienda era el corazón del hogar, un pequeño mundo donde se entrelazaban las historias de la gente del pueblo y donde se vendían los frutos de sus largos desplazamientos. 

Vale la pena destacar su trabajo artesanal trabajo en camaguey, cabuyas, mochilas y tapetes. 

Y la adquisición de un bus intermunicipal para viajar a  Cartagena, conducido alguna vez por sus hijos mayores.

Cada viaje era una aventura, un reto que papá abuelo enfrentaba con amor y dedicación para mantener a su familia unida y fuerte.

 

Con el paso de los años, esas historias de mulas, arroz, zinc, puertos y calor familiar se convirtieron en recuerdos imborrables que los nietos escuchan con orgullo y admiración. 

 

Papá abuelo no solo vendía productos, sino que sembraba en cada paso el valor del esfuerzo, la perseverancia y el amor que hoy vive en cada rincón de nuestra memoria. Hoy su descendencia actual tiene ya cinco generaciones, donde su legado continúa. 

 

Imagen Álbum Familiar

Las Brujas de la Macarena

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