Mariela había tenido una
revelación esa mañana: los perros no solo imitaban a sus dueños en los
aspectos más evidentes, como el amor por la comida y el entusiasmo por
una buena siesta.
No, Conan había llevado la imitación a un nivel
completamente nuevo. De hecho, había llegado al punto de copiar exactamente el estado físico de su dueño, Nacho, aunque de manera más... teatral.
Mariela
siempre había tenido una relación un tanto peculiar con el perro de la
casa, Conan. A simple vista, un perro normal, de esos que siempre
parecen tener energía para todo, corriendo por aquí, saltando por allá,
y, claro, haciendo sus necesidades donde menos te lo esperas. Pero había
algo en él, algo extraño, que no se podía pasar por alto.
Ese
día, el perro no solo venía con su energía desbordante, sino que
caminaba... bueno, caminaba raro. Como si estuviera haciendo un esfuerzo
titánico por imitar el estilo de su dueño, Nacho.
"Vaya,
¿pero qué te ha pasado, Conan?" dijo Mariela, mientras miraba la pata
del perro, que parecía un poco torcida, como si estuviera caminando con
la pierna estropeada. Como si intentara emular a Nacho, que últimamente
tenía sus propios problemas con las piernas.
Desde
que a Nacho le dolían tanto las piernas, todo el asunto de pasear al
perro había recaído en Mariela. Nacho, con sus piernas doloridas y su
orgullo intacto, se había resignado a ceder el turno de paseo a su
esposa. "Yo solo puedo verlos, pero no acompañarlos", decía mientras se
dejaba caer en su sillón favorito.
Mariela,
que ya tenía cierta experiencia en lidiar con las travesuras del perro,
lo miró con más atención. Algo en su caminar no era normal. No solo era
la postura rara, sino también esa lentitud en los movimientos, como si
estuviera intentando seguir una coreografía en cámara lenta.
"¿Conan?
¿Estás seguro de que no te has lastimado? Porque estás caminando
como... ¡como Nacho!" exclamó, sorprendida por la similitud.
Y
es que, desde que comenzaron a vivir juntos, Conan había desarrollado
una especie de "síndrome de empatía canina". En lugar de caminar como el
perro hiperactivo que todos conocemos, ahora lo hacía como si estuviera
tratando de imitar los pasos torpes de su dueño. Tal vez era una
extraña forma de mostrar solidaridad.
A
veces, los perros no solo imitan a sus dueños en sus rutinas diarias,
sino que, como bien decía la ciencia, también pueden reflejar su estado
emocional. Si Nacho estaba adolorido, Conan también parecía entenderlo, y
en su propio lenguaje perruno, respondía. Como si la conexión entre
ellos fuera más allá de lo físico.
Mariela
intentó observarlos mejor. Primero a Conan, luego a Nacho. Y ahí
estaba, la magia de la empatía canina. Conan, con sus orejas caídas y su
mirada seria, caminaba con una torpeza nada propia de un perro tan
acostumbrado a correr a toda velocidad. De repente, le dio la impresión
de que Conan también estaba un poco... "rendido" por la vida, como
Nacho.
Entonces,
sin pensarlo demasiado, Mariela se agachó y acarició a Conan, diciendo:
"Te voy a hacer una oferta, amigo. Si sigues caminando como Nacho, al
menos dame algo de tregua para que podamos llegar a casa sin que tú
también te caigas."
Conan,
como si entendiera perfectamente, levantó la cabeza, y con un esfuerzo
monumental, intentó caminar un poco mejor, aunque el resultado fue una
especie de mezcla entre un pato y un soldado lesionado en una película
de guerra.
Cuando
llegaron a casa, Mariela soltó una carcajada, mientras pensaba: "¿Será
que los perros también imitan nuestras malas costumbres, o será que
Nacho está creando una nueva forma de pasear perros, estilo 'viejo con varices ?"
Por
supuesto, Nacho, al ver a Conan y su paso torpe, no pudo evitar soltar
una sonrisa. "Parece que el perro me entiende mejor de lo que pensaba",
comentó, mientras se dejaba caer en el sofá, con la misma actitud torpe
que acababa de ver en su perro.