Cuando
era pequeña, alrededor de seis o siete años, recuerdo que cada día, al
llegar las cinco de la tarde, mi papá regresaba del trabajo. Después de
descansar un poco, salíamos juntos a poner gasolina al auto.
En
esos paseos, solíamos visitar a la familia, pero uno de mis recorridos
favoritos era la visita a la casa de mi abuelo materno. Cada vez que
llegábamos, yo salía con él a la tienda a comprar diabolines y una Kola,
o también dábamos una vuelta a la manzana y subíamos al cerro de la
Macarena o al de las Tres Cruces, un mirador de la ciudad.
Sin embargo, un día, mientras estábamos allí, el sol empezó a ocultarse y el cielo se tornó oscuro. Cuando quise subir al cerro, mi abuelito me detuvo y me dijo: “Ya no se puede, mi niña. A esta hora no es seguro subir”. Con voz grave, continuó: “Una vez llegada la noche, las brujas comienzan a reunirse allí. Cuentan que al llegar la medianoche, salen a volar por el pueblo, y algunas pueden transformarse en animales. La más famosa es una que se convierte en marrano”.
Mi curiosidad se disparó mientras escuchaba su relato, y él prosiguió: “Años atrás, alrededor de 1610, durante la época de la Inquisición, las brujas solían realizar sus reuniones en el mismo lugar donde hoy se construyó el aeropuerto de La Perla de la Sabana, que le llamamos ‘Las Brujas’.
Desde entonces, cada vez que miraba hacia el cerro de la Macarena, una mezcla de miedo y emoción me invadía.
Esa noche, mientras regresábamos a casa, apunté al oscuro horizonte y sonreí, sabiendo que en mi corazón llevaría siempre las historias de mi abuelo y el misterio de las brujas.
Hoy en día no sé si estas leyendas siguen contándose, pero estoy segura de que las brujas continúan volando.
"En memoria de mi abuelo materno" José Hilario.