Dicen que cada persona es un mundo, y cada mundo está lleno de historias: anécdotas, fracasos, triunfos, mitos y leyendas que nos hacen únicos. En este blog quiero compartir esas historias —propias y ajenas— que asombran, inspiran, enseñan o simplemente nos hacen sentir. Pondré lo mejor de mí en cada palabra, con la esperanza de que cada cuento deje una huella, como lo hacen las vivencias reales que los inspiran.
Dicen que los ángeles viven en el cielo, pero algunos caminan entre nosotros sin que nadie los note. No llevan túnicas blancas ni tienen alas brillantes; se parecen más a un vecino, a un familiar, a un amigo inesperado… o a esa persona desconocida que, justo cuando sentimos que ya no podemos más, aparece para darnos la mano.
En mi vida, Dios me regaló de esos ángeles. No vuelan, pero siempre llegan a tiempo. No buscan aplausos ni recompensas, porque su corazón está puesto en servir. Algunos siguen la antigua enseñanza de que lo que hace la mano izquierda no lo sepa la derecha.
Uno de esos ángeles —cuyo nombre no mencionaré, porque sé que no lo querría— es de esos que no se detienen ni por el sol ni por la lluvia. No tiene redes sociales, no se preocupa por figurar en fotografías, no se distrae con un teléfono brillante. Solo se preocupa por ser útil, por tender la mano, por hacer el bien en silencio, mirando siempre hacia arriba, hacia Dios.
Yo no tengo cómo pagar tanta bondad. Solo me queda agradecer con todo el corazón y pedir bendiciones para esa vida que se entrega sin esperar nada a cambio. Gracias, porque tu ejemplo nos recuerda que todavía hay pureza en este mundo.
Dios te pague, Dios te multiplique, en esta vida pasajera y en la eternidad.
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Mariela había tenido una revelación esa mañana: los perros no solo imitaban a sus dueños en los aspectos más evidentes, como el amor por la comida y el entusiasmo por una buena siesta.
No, Conan había llevado la imitación a un nivel completamente nuevo. De hecho, había llegado al punto de copiar exactamente el estado físico de su dueño, Nacho, aunque de manera más... teatral.
Mariela siempre había tenido una relación un tanto peculiar con el perro de la casa, Conan. A simple vista, un perro normal, de esos que siempre parecen tener energía para todo, corriendo por aquí, saltando por allá, y, claro, haciendo sus necesidades donde menos te lo esperas. Pero había algo en él, algo extraño, que no se podía pasar por alto.
Ese día, el perro no solo venía con su energía desbordante, sino que caminaba... bueno, caminaba raro. Como si estuviera haciendo un esfuerzo titánico por imitar el estilo de su dueño, Nacho.
"Vaya, ¿pero qué te ha pasado, Conan?" dijo Mariela, mientras miraba la pata del perro, que parecía un poco torcida, como si estuviera caminando con la pierna estropeada. Como si intentara emular a Nacho, que últimamente tenía sus propios problemas con las piernas.
Desde que a Nacho le dolían tanto las piernas, todo el asunto de pasear al perro había recaído en Mariela. Nacho, con sus piernas doloridas y su orgullo intacto, se había resignado a ceder el turno de paseo a su esposa. "Yo solo puedo verlos, pero no acompañarlos", decía mientras se dejaba caer en su sillón favorito.
Mariela, que ya tenía cierta experiencia en lidiar con las travesuras del perro, lo miró con más atención. Algo en su caminar no era normal. No solo era la postura rara, sino también esa lentitud en los movimientos, como si estuviera intentando seguir una coreografía en cámara lenta.
"¿Conan? ¿Estás seguro de que no te has lastimado? Porque estás caminando como... ¡como Nacho!" exclamó, sorprendida por la similitud.
Y es que, desde que comenzaron a vivir juntos, Conan había desarrollado una especie de "síndrome de empatía canina". En lugar de caminar como el perro hiperactivo que todos conocemos, ahora lo hacía como si estuviera tratando de imitar los pasos torpes de su dueño. Tal vez era una extraña forma de mostrar solidaridad.
A veces, los perros no solo imitan a sus dueños en sus rutinas diarias, sino que, como bien decía la ciencia, también pueden reflejar su estado emocional. Si Nacho estaba adolorido, Conan también parecía entenderlo, y en su propio lenguaje perruno, respondía. Como si la conexión entre ellos fuera más allá de lo físico.
Mariela intentó observarlos mejor. Primero a Conan, luego a Nacho. Y ahí estaba, la magia de la empatía canina. Conan, con sus orejas caídas y su mirada seria, caminaba con una torpeza nada propia de un perro tan acostumbrado a correr a toda velocidad. De repente, le dio la impresión de que Conan también estaba un poco... "rendido" por la vida, como Nacho.
Entonces, sin pensarlo demasiado, Mariela se agachó y acarició a Conan, diciendo: "Te voy a hacer una oferta, amigo. Si sigues caminando como Nacho, al menos dame algo de tregua para que podamos llegar a casa sin que tú también te caigas."
Conan, como si entendiera perfectamente, levantó la cabeza, y con un esfuerzo monumental, intentó caminar un poco mejor, aunque el resultado fue una especie de mezcla entre un pato y un soldado lesionado en una película de guerra.
Cuando llegaron a casa, Mariela soltó una carcajada, mientras pensaba: "¿Será que los perros también imitan nuestras malas costumbres, o será que Nacho está creando una nueva forma de pasear perros, estilo 'viejo con varices ?"
Por supuesto, Nacho, al ver a Conan y su paso torpe, no pudo evitar soltar una sonrisa. "Parece que el perro me entiende mejor de lo que pensaba", comentó, mientras se dejaba caer en el sofá, con la misma actitud torpe que acababa de ver en su perro.
Se está apagado la luz que me guió Se está apagando la luz… la que me iluminó desde que aprendí a mirar, la que me sostuvo la man...