Hay gente que uno se encuentra a diario que debería traer un letrero luminoso que diga: “Cuidado: pregunta cualquier cosa, aunque no le importe”.
Son esas almas curiosas —o desocupadas— que te interrogan como si fueras sospechoso en una serie policial… pero sin el glamour.
Y luego están los otros, los detallistas: esos que, si los dejas, te sacan hasta el número de cédula, el tipo de sangre y la fecha de vencimiento del alma. Todo esto, claro, sin tener ABSOLUTAMENTE ninguna razón para saberlo.
Mientras tanto, yo sigo aplicando la vieja enseñanza de mi mamá: “La mejor forma de saber algo es… no preguntar”. Y qué verdad.
Uno nunca sabe cuántas ampollas trae el zapato ajeno, ni cuán cerca está el otro de tirártelo por la cabeza.
Imagen de cortesía Freepik

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