Había una vez una mamá extremadamente floja.

 


"Ignoro el nombre del autor primigenio, pero su obra me impulsó a teñir este escrito de una ironía más intensa, entrelazando en él algunas vivencias propias.”

 

Tan floja, pero tan floja, que decidió dejar de trabajar fuera de casa para dedicarse 24/7 a su bebé. ¿El motivo? Bueno, supuestamente era por el “APEGO”. Claro, porque nada dice "profesionalismo" como renunciar a tu vida social, laboral y personal por un ser que ni siquiera sabe hablar todavía.

Era tan floja que en vez de ponerle un cronómetro al bebé, como todo buen experto recomienda, simplemente le daba el pecho cuando le daba la gana. ¡Una locura! El bebé debía de ser un privilegiado al recibir algo tan prohibido, tan revolucionario como la “LIBRE DEMANDA”. Como si eso no fuera todo un acto de comodidad extrema.

Y claro, también era tan floja que, en lugar de dejar al bebé en su cuna para que desarrollara sus pulmones con el llanto, lo cargaba todo el día. No solo eso, lo llevaba en esos fulares ridículos, como si el bebé fuera un accesorio de alta costura, todo calentito, seguro y feliz. Pero ella lo llamaba "PORTEO". ¿Y qué es eso de poner al bebé a dormir solo cuando hay un sofá tan cómodo al lado? Pura flojera.

Pero lo mejor de todo: ¡le dio solo leche materna por seis meses! Nada de agua, ni té, ni juguitos. No. La pobre criatura probablemente se estaba deshidratando en secreto, pero ella, tan floja, prefería llamarlo "LACTANCIA EXCLUSIVA". Un mito, claro, porque como todos sabemos, los bebés solo sobreviven con fórmula, agua y una pizca de cereales a los 2 días.

Y para ser más floja aún, en vez de seguir las reglas sagradas de no permitir que el bebé duerma contigo, lo acurrucaba en su cama, para no tener que levantarse a mitad de la noche. Nada de ir a la cuna. Claro, porque dormir bien es para débiles, ¿no? Todo eso lo llamaba “COLECHO”. Pero, qué fácil… qué flojo.

 

Y en lugar de pasar horas en la cocina triturando papillas que ni ella misma comería, le daba trozos de comida real para que el bebé experimentara. Y sí, terminaba limpiando todo como si estuviera pintando un cuadro moderno con papilla, pero ella lo llamaba “BABY LED WEANING”. Revolucionaria, sin duda.

 

¿Y qué tal la parte de la movilidad? No le enseñaba a sentarse, pararse ni caminar. Simplemente esperaba que el bebé lo hiciera cuando su cuerpo se lo pidiera, sin forzar nada. Porque, ¿por qué hacerle el trabajo a la naturaleza cuando puedes dejar que ocurra por pura flojera? Y, para que el bebé estuviera más relajado aún, ni siquiera le ponía zapatos. “LIBRE MOVIMIENTO” decía, como si todo fuera una excursión al paraíso.

 

Ah, y claro, ni se molestaba en llevarlo a talleres de estimulación temprana. No. Le daba un entorno adecuado para que el bebé explorara el mundo por su cuenta. Cómo se atrevía a hacer algo tan pasivo, tan irresponsable. Ella le llamaba eso ACOMPAÑAMIENTO, pero los demás probablemente lo llamarían “dejarlo a su suerte”.

 

Pero, lo más grave, lo absolutamente más imperdonable: era tan floja que no forzaba al bebé a dejar el pañal ni la teta. ¡Qué escándalo! Ella simplemente esperaba pacientemente, como si eso de respetar el proceso natural del niño fuera una forma de no hacer nada. A eso le llamaba “CRIANZA RESPETUOSA”. Pero en realidad, todo era pura flojera disfrazada de sabiduría.

 

Y, lo peor de todo:
Era tan floja que no solo no escuchaba a los críticos y los juicios ajenos, sino que prefería ser feliz y amar a su bebé sin preocuparle lo que opinaran. Qué descaro, ¿verdad?

 

De floja, nada.
De sabia, todo.

 

Bertha Marina Abad 





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