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No hay dolor más agudo, más callado y persistente… que ver partir a un ser querido sin poder estar ahí.
Sin un adiós, sin una mano que estrechar, sin la ceremonia del cierre.
Aunque se haya hablado, aunque el amor haya sido claro en vida… algo queda incompleto. Algo no cierra.
Un vacío se instala, no solo en el corazón, sino en la memoria: una ausencia de imagen, de palabras, de ritual.
Y con ese vacío, llegan emociones complejas.
La culpa, por no haber estado.
La negación, que susurra que aún están.
El sufrimiento, que no sabe dónde dejarse caer.
Despedirse es humano. No hacerlo… nos deja rotos en lo invisible.

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